(I)
Dejadme trenzar el cabello de la historia
y sostenerlo como una vieja metáfora aferrada a nuestra cabeza
hasta que mirar hacia atrás deje de ser un tic nervioso.
Ven y corta mi cabeza con este as de tréboles,
decapita mis segundos con tu don de la clarividencia
que ataste el pecado a mis manos
y se ha enredado a las letras que abortan mis dedos.
Dejadme acá, con la lujuria caminando entre tus piernas
que contarte mi historia se vuelve un pecado:
(II)
...
De tanto hablar me volví antagonista de tus palabras
y mi nombre se hizo el epónimo de la ira
...y la muerte quedó marcada para siempre en mi anillo de matrimonio.
Mí vida nació viuda.
(III)
Y hoy cargo mi epitafio marcado en la frente,
grabado en los parpados para saber que existe.
(IV)
Hasta que una noche empecé a oír voces,
hijas del incesto entre los cantos gnómicos,
y las alabanzas doradas que se esconden bajo la cama;
voces, que fueron concebidas en secreto,
a orillas de las letras mudas que guarda la vida.
(V)
Luego mi vista empezó a engendrar ilusiones,
y la realidad se convirtió en el reencuentro deforme de la crisis de los dioses.
(VI)
Nunca supe escribirle al sol. (Pero si aullarle a la luna.)
(VII)
Tampoco supe recoger las magnolias detrás de tu esfenoides
como si cada mancha de sangre estuviese configurada en la pared,
y nos hubiésemos perdido en el imperio óseo más allá de la noche.
(VIII)
Quizá las nubes acojan mi canto,
quizá la vuelva el viento su melodía,
o quizá que de aquelarres quede mi poesía.